Miguel Lázaro Ferreruela Psiquiatra HUSE Coordinador del Centro de Atención Integral de la Depresión.
Miguel Lázaro Ferreruela
Psiquiatra HUSE
Coordinador del Centro
de Atención Integral de
la Depresión.
¿Quién no tiene miedo a perder el control, a morir o a volverse loco? Bienvenidos al club de los humanos. Estas dos últimas semanas he visto dos pacientes, cuya biografía ha estado jalonada, por episodios de intenso sufrimiento psicológico, que nunca lo habían expresado, por vergüenza, por sentirse malas madres, por temor a sentirse criticadas y por miedo a que les dijeran que estaban locas. ¡Lo que han soportado y padecido solo lo saben ellas! A la angustia producida por los pensamientos obsesivos, irracionales, que como buitres rapaces les martilleaban una y otra vez se unía la autocrítica despiadada y auto estigmatizante con la que se atribuían su enfermedad y con las que se auto etiquetaban. Miedo y pánico paralizante, sufrido en silencio y en la vergüenza. “Nunca pude divulgarlas” y por lo tanto nunca pudo beneficiarse de recibir la ayuda que precisaba y que tan eficaz es. “¿cómo podía contarlo con lo espantosas y horrorosas que eran mis ideas? , además para que contarlas si no me iban a tranquilizar”. “Hasta dudaba de contárselas al sacerdote cuando me confesaba”, lo que pensaba era imperdonable”. Desde la adolescencia, me contaba, una de ellas. “me vienen pensamientos, que nunca le he dicho a nadie, de que puedo perder el control y hacer daño a mis hijos o mis nietos”. Esto me lo decía con la cara desencajada, “he vivido un infierno”. Más datos: su madre era una gran pasadora de pena – ella también lo es-padeció crisis de pánico frecuentes y evitaba muchas situaciones.

“No tenía autonomía, dependía para todo de mi marido, no podía ni ir a comprar sola y durante mucho años no pude viajar”. Recuerda cuando empezó su tormento obsesivo. “cuando empecé a tener aquellas crisis, a los 18 años, y que supere con tratamiento – medicación y psicoterapiauna amiga de mi madre, me dijo ten cuidado con los nervios no te peguen en la cabeza”.Ahí empezó su infierno. A raíz de ahí empezó a hacer evitaciones extensas para prevenir las “malditas manías”. “Sobre todo los cuchillos, los objetos punzantes, cortantes, las tijeras, los cuchillos, mi madre tenía que venir a ayudarme a bañar a mis hijos, temía miedo de ahogarlos”. A la vez tenía un gran miedo a la locura. Fue a un gran psiquiatra mallorquín, cuya saga continúan sus nietos, antes de casarse. El motivo era preguntarle que si con lo que le pasaba se podía casar. Ha sido la única vez que lo contó a alguien. “entré sola, mi familia no podía enterarse”. La respuesta fue inapelable y contundente “me miró fijamente, y tras medio minuto de silencio me dijo: le juro que nunca usted hará lo que teme hacer, nunca perderá el control, puede estar casarse”! Que poder tienen las palabras cargadas de silencio y acompañada por una mirada compasiva y serena! ¡Cuando todo está perdido siempre nos quedan las palabras fértiles y preñadas!. Esta mujer, de 60 años, valiente y con un gran coraje, ha sido y es una gran pareja, una gran madre (dos hijos) y una gran abuela. Ahora se han agudizado su fobias de impulsión (así se llaman) y ha pedido mi ayuda. Me alegro de que haya venido. Me alegro de haberla conocido, porque se va a “curar del todo”.

Me ha dado la oportunidad de darle total esperanza de que se pondrá bien. No podré quitarle todo el sufrimiento inútil que ha soportado y que sin embargo le ha dotado de una gran resiliencia, pero si ofertarle un futuro mejor y con mucha más calidad de vida. Su médico de cabecera ya había empezado a darle la medicación adecuada. Podrá, con tratamiento, disfrutar de su vida presente y futura y olvidar sus recuerdos del pasado. Volver a estar bien y asimismo rescatarse como persona valida y valiosa que es. El ejercicio como psiquiatra es a veces muy duro y agotador, pero días como hoy y pacientes así te recompensan de las muchas veces que no podemos o sabemos ayudar, de los errores que cometemos o de las palabras inhóspitas y deshumanizadoras que utilizamos, de nuestra falta de empatía y compasión, producto de nuestra impotencia y narcisismo omnipotente. Desidealizarnos nos humaniza más. Si la vida sigue, siempre te da otra oportunidad. Gracias pues a la vida y a estos pacientes que nos enseñan tanto. Esto renueva mi compromiso con la lucha contra la terrible estigmatización personal y social de los enfermos mentales. Nadie esta inmune. Somos mojoneros en viaje que aprendemos a través del sufrimiento que los atajos no sirven.