Le digo a Joan que no es fácil rehusar el filón informativo, pero que sin duda el tema de la celebración de una onomástica de esa envergadura la convierte en orgiástica, le digo que cuatrocientos números son como los cuatrocientos golpes de Truffaut, una forma de salir a la calle a delinquir, al pandilleo de lo real, a ir a ver el mar.
Estaba calculando qué edad debería haber tenido para haber escrito en todos y cada uno de esos cuatrocientos números pasados, y no es fácil llegar a la conclusión de que determinadas cuentas es mejor no rehacerlas. Podría haberme retirado hace años si Joan me hubiera pagado la parte proporcional a los más de cuatrocientos líos que he ido creándole a lo largo de estos años.
Iba a situar los cuatrocientos encuentros con el lector en cuatrocientas palabras, cuatrocientas formas de decir lo mismo, cuatrocientas formas de sentirme sin querer en una parte díscola e irreverente de este producto de consumo blanco e inmaculado que es Salut i Força. No es fácil amar un producto de deshecho, no es sencillo pensar en toda esa letra reciclada imaginándose a Patriciaconsellera tirándola a la basura después de leerla. Pero esa parece la magia del prodigio, que todos esos cuatrocientos pensamientos hayan desaparecido, que hayan servido para el mejor de los compostajes, y que cuatrocientos números después recordemos lo volátil, lo que no queremos que permanezca en otro lugar que no sea la memoria.
No espero una placa de plata con letras zahoríes que me recuerde como el letrista de algunas de las peores canciones de estas cuatrocientas actuaciones. No persigo la gloria de que nadie recuerde la más mínima insinuación, ni el adjetivo inocuo que le dediqué a cualquiera una mañana fría.
Olvidé las cuatrocientas formas de decirle algo a alguien mucho antes de que llegara el camión de la basura, pero no he olvidado que hay una parte del valor que es pública, que o eres quien eres cuatrocientos números después o todavía no has empezado la tirada de tu vida. Cuatrocientos amigos me abandonaron, y llegaron cuatrocientos enemigos y sus infamias cuatrocientas veces por segundo, como en el poema de Celaya. Es lo que tiene ser pasajero de este montaje, que pasan los números y que mientras pasan las letras leídas vas siendo el otro, el que siempre fuiste.
Espero muy poco del papel después de saber que “la madera nunca muere”, de entender que “el camino es el acero”.
Espero únicamente sentir en estas cuatrocientas palabras la forma en que la libertad existe de verdad, sin ataduras y sin más equilibrios que intentar ser un producto desechable más.
No son cuatrocientas palabras, pero debe haber en ellas todos los abrazos que en ellas caben, los que unen a los que han hecho posible este número y los millones de ojos que sin saberlo han hecho posible que existieran.
Por ellos.