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Mascarillas, máscaras y mascletá

Miguel Lázaro
Psiquiatra HUSE
Coordinador del Centro de Atención Integral de la Depresión

En el aniversario de la pandemia, – y en pleno auge del comportamiento miserable de algunos pseudolíderes políticos adictos a la Koldo-Ábalo-manía-, recupero reflexiones que nos hicieron más resilientes. La pandemia fue demoledora pero fue también muy pedagógica. La esperanza y la empatía se contagian más que la maldad, la codicia y el egoísmo.

Si algo hemos aprendido de la pandemia es el rescate conjunto y social de lo que valen y significan la esperanza, la empatía, la compasión y el agradecimiento. Ahora bien, reconozcámoslo: todos entramos en la pandemia pero no todos salimos (recuerden que el Gobierno hizo ingeniería contable con las muertes reales), -según el periódico sanitario Redacción Médica: los muertos ‘reales’ por Covid-19 en España triplicaban la cifra oficial, incluyendo el fallecimiento de 150 médicos en activo, – nunca más volverán a ponerse las batas-, y el de muchos sanitarios por falta de equipos de protección.

Ahora, para más inri, sabemos que algunos con Trastorno Hijoputático de la personalidad salieron millonarios. Cualquier personaje dedicado a la cría de paramecios, a la geotermia, a explotar invernaderos de coles de Bruselas o a fabricar perfumes y fragancias en su granero o en el lavabo o de su baño , que tuviera contactos con algunos políticos en el poder, se convertía en proveedor pseudosanitario y vendia, -con altísimo margen económico-, el ajuar sanitario más diverso: mascarillas, tests, gorros, bufandas, calzas, geles etc, que en muchas ocasiones no cumplían los mínimos estándares de calidad y sobre todo dejaban inermes y en la intemperie a los profesionales sanitarios y no sanitarios, ante la letalidad del virus.
Todo valía, todo se compraba y los políticos pagaron precios exorbitantes, en aquel mercado persa donde los contactos y el amiguismo garantizaban un pingüe y millonario negocio. Tenía que pasar y ahora la zona oscura de la pandemia ha saltado a los medios, cual mascletá valenciana, con el famoso fraude de las Koldomascarillas, mostrando la cara B del ser humano, la que va ligada a la mentira, la manipulación social, el egoísmo, la codicia y la maldad.

Descubrimos, la actuación obscena y nauseabunda de algunos pseudolíderes políticos, que cual orcos desaprensivos, dilapidaron muchos millones comprando material inadecuado a empresas que no tenían que ver con el sector sanitario. He ahí la otra cara de la empatía y la compasión. Ahora el affaire de las mascarillas se ha convertido en la escenificación de las máscaras políticas, – ya saben lo que decía, Castilla del Pino: «una vez descubierto lo falso se impone la impostura y la sobreactuación tratando de proyectar la mejor imagen posible a la ciudadanía”.

La mercadotecnia politiquera está centrada en el relato no en la verdad de los hechos. Los ciudadanos asistimos atónitos a una sobredosis de cainismo y trilerismo político. ¿Pero qué se puede esperar de la fauna y flora de una clase política profundamente mitómana, barriobajera y con el nivel de cash democrático, más bajo de nuestra historia? No me resisto.

De nuevo, es conveniente rescatar, la fábula del Oozlum, fabuloso pájaro de leyenda que tenía la característica de volar hacia atrás, la cola hacia la frente y la cabeza en la popa. De este modo nunca sabía hacia dónde iba, pero jamás perdía de vista de dónde procedía. Hay que admirar la contraintuitividad de l@s “pájar@s” en cuestión. ¿Pero a dónde nos llevan en su huida hacia delante? Ahora bien lo triste es que los políticos no son alienígenas que viene a visitarnos del cometa Centauro o exiliados de la galaxia Andrómeda, simplemente, nos guste o no nos guste, son el reflejo y el emergente de los valores de nuestra sociedad actual, frenética e insostenible donde importa más el que, que el quién y donde los valores materiales prevalecen sobre la dignidad humana.

Ya saben en derrota transitoria pero nunca en doma.

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