Editorial: Juli Fuster y la memoria selectiva

En cierta ocasión, un hombre que se había caracterizado siempre por su propensión a ayudar a los demás y responder positivamente a todos los favores que se le solicitaban, se llevó un cruel desengaño.

Uno de sus amigos, al que había sacado de apuros incontables veces, se enfadó con él e incluso rompió la relación afectuosa que hasta el momento les había unido, porque el protagonista de nuestra historia se negó a satisfacer una petición que le había formulado. Su interlocutor se lo tomó a la tremenda. Le contestó que era un mal amigo, que le había decepcionado y que sentía haberle brindado todos estos años su aprecio y estima. Y todo eso se lo dijo tras un balance, vayamos a suponer, de 99 favores concedidos y 1 denegado. La reacción del amigo supuestamente despechado resulta claramente injusta, eso parece obvio. Sin embargo, es un comportamiento mucho más habitual de lo que, tal vez, cada uno de nosotros pueda presuponer. En todo aquello tocante a valores como el reconocimiento y la gratitud, el ser humano actúa con una exasperante memoria selectiva a la que muy bien podríamos definir, en muchos casos, como amnesia interesada.

En otras palabras, se te considera bueno mientras te ajustas a la resolución de las necesidades de otros, pero en cuanto estos entienden que esto ha dejado de ser así, rápidamente sustituyen esa valoración positiva por la reprobación y el rencor. Con el exdirector general del IbSalut, el doctor Juli Fuster, ha sucedido algo parecido. Desde que accedió, en 2015, en los albores de la legislatura autonómica anterior, al cargo que ha desempeñado hasta hace pocas fechas, el doctor Fuster se ha batido el cobre para elevar el listón de la calidad asistencial de la sanidad pública balear a unos niveles que, siete años atrás, parecían inalcanzables. Y no lo tuvo fácil. Heredó un legado que uno no le desearía ni a su peor enemigo, ya sea político o personal: listas de espera desbocadas, hospitales y centros de salud obsoletos, servicios insuficientes para una población que no ha dejado de aumentar a lo largo de las últimas décadas, un creciente descontento del personal asistencial por la falta de cumplimiento de compromisos tan emblemáticos como el reconocimiento de la carrera profesional…. No olvidemos que, hace dos legislaturas, antes de que el doctor Fuster asumiera las riendas del IbSalut, una Administración precedente planeó nada menos que cerrar hospitales. Hoy, el simple planteamiento de esa idea parece descabellado, por expresarlo suavamente, pero esa era, precisamente, la hoja de ruta en 2012 y 2013, y solo la enérgica y valerosa resistencia de los profesionales permitió evitar que tal desatino se consumara. O, para ser más precisos, que se hiciera marcha atrás en parte de estas medidas tan osadamente destructivas para la sanidad pública, dado que algunas de ellas, como el despido fulminante y masivo de personal asistencial, se aplicaron con contumacia.

En este difícil contexto, el doctor Fuster inició su andadura como director general del Servei de Salut de les Illes Balears, y, más allá de colores políticos o de adhesiones ideológicas, el sentido más escrupuloso de la objetividad nos obligará a reconocer que el balance de su aportación ha sido brillante. Y todo ello, en unas circunstancias que se han agravado durante los últimos años a causa de la pandemia. Sin embargo, aun siendo innegable la voraz repercusión de la crisis epidemiológica en aspectos clave de la asistencia médica, como las listas de espera, los datos demuestran que Balears ha sido uno de los territorios que mejor ha resistido, desde el punto de vista sanitario, el cruel y dramático azote de la Covid. Ahora, en una decisión que le honra, el doctor Fuster ha dimitido de su cargo por una infracción administrativa que le ha impedido poner punto y final a su trayectoria al frente del IbSalut con el reconocimiento unánime al que se había hecho acreedor.

No obstante, recordando la historia con la que iniciábamos esta editorial, sería conveniente que los ciudadanos de Balears no pecáramos de memoria selectiva ni de amnesia colectiva, y aplaudiéramos la gestión que el doctor Fuster ha llevado a cabo, de forma incansable y comprometida, durante casi dos legislaturas. Por supuesto, la ingente tarea desarrollada por el exdirector del IbSalut ha precisado de la aportación de un equipo más amplio de personas, a las que Juli Fuster ha sabido coordinar y dirigir con el talante dialogante y abierto del que siempre ha hecho gala. También estos otros dirigentes se han hecho acreedores a este reconocimiento, y, entre ellos, por supuesto, figura el nuevo máximo responsable del Servei de Salut, Manuel Palomino. Difícilmente, podría haberse designado a un sucesor más apropiado para continuar la labor del doctor Fuster.

Su sustituto atesora una indiscutible experiencia en materia de gestión sanitaria y conoce a la perfección los entresijos del departamento que liderará hasta, al menos, el próximo mes de mayo, con unas urgencias muy claras que tienen que ver con la progresiva normalización de la asistencia sanitaria tras la devastación causada por la Covid. A Manuel Palomino y a su equipo, les deseamos, desde Salut i Força, toda la suerte del mundo. Y al doctor Juli Fuster, le decimos, simplemente, gracias, desde la convicción profunda de que pocas veces un agradecimiento ha sido tan justo y tan merecido.

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