
Alarcón de
Alcaraz.
Médico-Forense.
Especialista en
Medicina Legal.
@Alarconforense
Lavarse las manos ha sido desde el prólogo del Cristianismo una condena bíblica, una forma de no mojarse, un método indirecto mediante el cual no tienes si quiera que decir que pasas de pronunciarte. Sacas la palangana en público, chapoteas, y ya está todo dicho. Haces como que te mojas dejando correr el líquido elemento y a buen entendedor pocas gotas faltan.
No nos sorprende que la sesuda OMS -tan atinada con sus vaticinios que jamás se cumplen y tan acertada en las omisiones que cuestan miles de vidas- se dedique a premiar las manos de quien se las lava. Es probablemente la mejor forma de premiarse a sí misma, distinguirse con lo que lleva haciendo frente a los desastres mundiales sanitarios de su tarde-mal-y nunca, ser correa de transmisión de los grandes lobbys empresariales para -mientras premian a los paletos insulares- te venden el jabón, te procuran el agua ionizada y te imponen el aire necesario para el secado de las gotas. La OMS siempre con la palangana a cuestas.
NO sabemos cuales son los indicadores necesarios para que el oscuro residuo de sus miembros nombradores decidan quién es el campeón europeo del lavadero de manos, pero nos gusta ese gesto donde todos los movimientos están al margen del mensaje, donde lo nuclear no es el agua, ni cómo resbala ni tan siquiera donde se dirige, donde todo es el gesto. Un movimiento donde lo importante no es el efecto en las manos sino simplemente que estás mandando un mensaje al lector. Como aquí.
Te lavas las manos cuando omites, cuando callas estando presente, cuando te das la vuelta, cuando algo te la sopla tanto que no requiere si quiera un monosílabo. De ahí que no paremos de mirarnos las manos desde aquí a ver si hablan, a ver si cae alguna gota, a ver si palanganean algo y dejan pasar al Cristo de sucesos que ya no ocurren en nuestra actualidad sanitaria. Creo que estamos en condiciones de decir que Ureña es un director enjuagado, que está tot lo día lava que te lava y eso es lo que pasa, que le premian porque sin apenas decir está inmerso en un charco sanitario a buen refresco, y que sale lo justo cuando le dan un premio como éste.
Cuando le digo a Julia -mi madre- que yo como presunto pecador soy lo que justifica su fe cristiana, que sin mí no existiría, es cuando entiendo que sin la brutor de manchar desde aquí las excelencias de Ureña no habría premio ni manos, ni siquiera secador para las lágrimas de la actualidad.
Lástima que la OMS no premie también lavarse la lengua con jabón para evitar la envidia, la insidia y la egolatría hospitalaria, una enfermedad que se transmite en caballo de hierro y que mata lentamente al que la promociona desde la palabra, acusadora o cómplice. En eso, tristemente, me da que quizá que sí fuéramos reconocidos campeones.