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Miguel Lázaro Ferreruela

Miguel Lázaro Ferreruela
Psiquiatra HUSE
Coordinador del Centro de Atención Integral de la Depresión.

Apatía y desmotivación en el quehacer médico: la carrera profesional más necesaria que nunca

La medicina es una profesión que se las tiene que ver con la incertidumbre, y la medicina es una disciplina de medios y no de resultados (excepto la medicina estética). Los médicos nos manejamos con certezas razonables en los juicios diagnósticos, pronósticos y terapéuticos. De ahí la necesidad de aspirar siempre a tomar decisiones prudentes. Por otra parte, la ciencia no es una certeza irrefutable a cerca de los hechos sino la metodología de abordaje más adaptativa e inteligente. Aprender a pensar científicamente es una parte clave de la formación profesional. Los médicos reclamamos y exigimos este derecho a la administración.

De ahí que nos hayamos opuesto al baremo, aprobado por todos los sindicatos y la administración, menos por Cemsatse. Se ha ninguneado y jibarizado la formación continuada acreditada, claven en el profesionalismo de médicos y enfermeros.

Es sorpredente tanta torpeza y miopía. En nuestro quehacer cotidiano, los médicos tendemos a aconsejar lo que anticipamos que la gente no puede o no quiere cumplir en muchas ocasiones.

Lo hacemos porque todavía no reconocemos de facto la autonomía y el necesario compromiso del paciente. Algunos pacientes piden recomendaciones que no seguirán.

Prescribimos fármacos que las personas reclaman pero no toman. En la consulta, médico y paciente dialogan frecuentemente acerca de qué cosas es necesario hacer pero jamás abordan acerca de cómo hacerlo. Ahora bien, dialogar no siempre significa comunicar.

La rutina médica, la falta de adherencia, las propuestas imposibles de cumplir o de comprender, el tratamiento complejo y largo en enfermedades crónicas muchas veces no conjugan lo necesario con lo factible.

Los valores y preferencias del enfermo apenas cuentan en el diseño terapéutico. No se articula la imprescindible corresponsabilidad. La actitud del profesional incluye todavía deficientemente estrategias de motivación. La resignación y cierto fatalismo se imponen como estilo clínico ante lo que juzgamos inevitable o inmodificable.

El paternalismo, todavía permanece irreductible ante pacientes con patologías crónicas, que le exigen un alto grado de autogestión. Mucho de lo que hacemos es un simulacro. Una pantomima virtual e impostora, que sugiere dinamismo para enmascarar la parálisis paralizante en la que permanecemos. Ahora bien, la medicina es una profesión maravillosa que exige entusiasmo, pasión y compromiso. Por eso es clave la carrera profesional que reclamamos el Sindicato Médico y que el colectivo médico exige al Govern.

El suicidio: el gran naufragio emocional

El cerebro humano tiene un límite, es como la tarjeta visa, a veces entra en quiebra total y el psiquismo se desborda como un gran tsunami (depresión, desamparo, desesperanza) o como un páramo emocional (desafección total por los que queremos) se activan circuitos para la autoagresividad. No hay acto humano más enigmático que el suicidio. La complejidad de la mente humana contrasta con el volumen y el peso del órgano que rige nuestras vidas. El cerebr es un conectoma de cien mil millones de neuronas que establecen billones de interacciones. Algunas no tienen como objeto la autoconservación sino la autodestrucción.

Hacer la autopsia psicológica de una conducta suicida es una tarea difícil y complicada. Tenemos los hechos, pero desconocemos el guión. La clave siempre está en el manejo de dos elementos: individualizar y contextualizar el fenómeno a nivel interpersonal y social. Las conductas auto líticas no son clónicas.

Existen elementos comunes que nos permiten explicarnos porque nuestro cerebro pone en marcha el circuito de la autodestruccion . La triada maligna es la depresión, con sentimientos de desesperanza y culpa y los duelos, junto con los autorreproches culpabilizadores, que extorsionan una y otra vez a nuestra autoestima, la solo-edad, el déficit de vínculos y de apoyo social. Aveces los sentimientos de culpa, vergüenza y de indignidad son tan abrumadores que no se pide ayuda, instalándose un nihilismo salvaje en el que el no, la nada y el nadie tiranizan el resto de la actividad mental.

La depresión y la soledad nos conducen a situaciones de extrema vulnerabilidad e indefensión.

Estamos preparados para soportar muchas cosas, pero la soledad psicológica, (buscada en los pacientes gravemente deprimidos) es el peor de los tormentos, por encima de la muerte Si existe patología depresiva previa el factor gatillo puede ser cualquier situación traumática y dolorosa o cualquier acontecimiento vital que nos genere miedo, perdida, ansiedad e incertidumbre. ¿Cuál es la intrahistoria de una, defenestración, una precipitación, de un ahorcamiento? ¿Y de los homicidas-suicidas que antes matan a su esposa o a sus hijos?. Hay muchas preguntas pero a veces, tenemos pocas respuestas. Hay que tener en cuenta muchos factores causales: la biografía, la personalidad, el contexto familiar, la existencia de antecedentes de patología psiquiátrica y sobre todo su estado mental en los días previos. Padecía patología depresiva o psicótica. ¿Oía voces? ¿Tenía delirios paranoides? ¿Se comportaba de forma anómala o rara? ¿Se sentía perseguido o confuso? ¿Estaba en tratamiento psiquiátrico? ¿Tenía antecedentes de conductas impulsivas? ¿Estaba su estado mental tan alterado que anulo sus capacidades volitivas y conativas y condiciono sus conductas? ¿Consumía drogas? ¿Había sufrido duelos recientes? ¿Qué tsunami emocional arrasa la racionalidad? ¿Es la culpa persecutoria la mafia extorsionadora de su mente la que le hizo buscar la anestesia eterna a través del suicidio? ¿Por qué no decidió compartir su despido interno, su vulnerabilidad y su indefensión con otros? ¿Porque no pidió ayuda? Cuanto sufrimiento insoportable en la cueva inhóspita de la soledad.

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