Re-conocer a Joan Calafat

Dr. Fco. Javier
Alarcón de
Alcaraz.
Médico-Forense.
Especialista en
Medicina Legal.
@Alarconforense

Si esta colección de palabras que usted está leyendo en este momento ha servido y sirve para que profesionales de la información se quejen amargamente de la facultad de previsión de su contenido, es que andamos por el buen camino. Anticipar, por ejemplo, el comportamiento miserable de lo que harán los que han hecho de su vida el periodismo, prever las miserias -por ejemplo- que iba a consumar ese director general en funciones llamado Jordi Bayona con la programación de IB3 (celebradamente abortadas desde los servicios jurídicos) nos sirve no sólo para advertir lo perverso sino para celebrar su contrario. Nos sirve sobre todo para pensar sobre el reverso de esa cruz, para celebrar el periodismo de verdad, el periodismo sanitario de altura, el que premiaba el otro día el trabajo, la labor, la vida de Joan Calafat.

Hemos hecho una tesis desde que él nos falta sobre los motivos seriados con los que nos ha premiado en esta vida a todos los que compartimos la suya. Hemos escrito que el premio que lleva su nombre es el instrumento que él utiliza para premiarnos al resto en su memoria, la forma en la que revive cada vez que esta revista toca con sus manos la calle que pisaba. Pero empieza a ser una merecida costumbre que nos sigan premiando premiándole.

La Asociación Nacional de Informadores Sanitarios (ANIS) celebraba el otro día un nuevo homenaje a la labor delicada, a la empresa de toda una vida a la que se dedicó Juan. Y lo hacía como colofón, como tercer premio que recibimos toda esta familia, poniendo la cara y el alma a la sonrisa que hubiera dibujado el cuerpo siempre presente de Calafat.

Que los informadores nacionales, que los profesionales más allá del ámbito al que Juan cultivó toda su vida, concurran en agradecer, ensalzar, ponderar y premiar su vida merece entender la herencia que nos ha dejado.

Cuando ocurren estas cosas piensas en cómo lo hubiera vivido el que sigue aquí vivo con toda esta cascada de reconocimientos, con toda esa ristra de palabras bellas al trabajo de una vida y de una muerte. Y -lejos de alegrarnos de lo que hubiera sido toda esa alegría en su cara- sabemos que el único motivo de su emoción sería la de compartirlo con todas las personas que se alegraban de su vida.

Veo a Carlos dando las gracias por el premio, veo a Beda, a Orfila, a Pere, a Manuela y a Ureña hablar de la vida y de la obra de Juan, y me veo a mi mismo hablando con él sobre su vida. Recuerdo mucho a Juan en su alegría, y le recuerdo un día después de una de sus cenas de Navidad, cuando regresé al lugar tras dejarme algo. Estaba allí, a solas con Beda compartiendo lentamente en esa mesa de muchos ya solitaria una copa a medias, lo que hoy sé que era el premio a su afán por compartir con los suyos sus alegrías. Veo y recuerdo todo eso y entiendo esta vida como el camino de una sombra fresca en la que sólo intentó construir una vida mejor, llena de información y de cuidados que nos sirvan para brindar nuevamente por él.

Una vida vivida y una obra para vivir. Ese es nuestro premio. Ese es su reconocimiento.

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