P.- El tabaco mata. Esa es una realidad que todo el mundo conoce. Entonces, ¿por qué seguimos fumando?
R.- Estamos hablando de una adicción, y como ocurre con el resto de adicciones la persona que se ve afectada por esta dependencia se enfrenta a un dilema con claras connotaciones antagónicas. Se trata de elegir entre la salud y el bienestar que proporciona la decisión de dejar atrás el tabaco, o la satisfacción, sin duda ilusa y ficticia pero percibida como real, llega de la mano del consumo de esta sustancia. ¿Acaso no ocurre lo mismo con la cocaína, con la heroína o con el alcohol? Por supuesto que sí, porque también en esta clase de dependencias el adicto sabe que está atentando contra su salud. Y aun así le resulta complicado afrontar la adicción y tratar de superarla. En el fondo, como ocurre en todas las adicciones, se produce un conflicto entre aquello que nos conviene y aquello a lo que nos sentimos irremisiblemente atados porque nuestra personalidad, nuestra situación mental y emocional, así nos lo impone. En definitiva, hay que ir a la raíz del problema para atajarlo, que es averiguar qué estructuras psicológicas facilitan que la persona siga fumando a pesar de los reiterativos mensajes que las autoridades sanitarias divulgan alertando sobre sobre la peligrosidad del tabaco.
P.- En el tabaco, además, se produce una circunstancia que es ajena a otros tipos de adicciones, y es el hecho de que se trata de una droga social…
R.- Así es. De hecho, hasta hace unos pocos años, fumar era sinónimo de elegancia, de clase, de distinción. Hoy nos parece mentira que en alguna ocasión hayamos pensado de esta manera, pero esa es la realidad. Basta con revisar películas o series de televisión de varias década atrás para comprobar que el o la protagonista fumaba para realzar su glamour y su presencia social. Desde luego, esa imagen positiva del tabaco que se ha proporcionado a lo largo de mucho tiempo ha influido de manera determinante a la hora de consolidar su incidencia en la sociedad, y ha salpicado de lleno a generaciones enteras. Hoy existe una mayor conciencia sobre los riesgos del tabaco, pero es difícil esperar resultados inmediatos cuando se trata de afrontar una adicción social, enraizada durante muchos años entre nosotros.
P.- Otra característica del tabaco es que, a pesar de su peligrosidad, no impide llevar una vida normal, por así decirlo….
R.- Claro, en eso se diferencia sustancialmente del alcohol. También las bebidas alcohólicas son un hábito social, y su consumo ha sido absolutamente legal siempre con excepción de épocas muy concretas de la historia. Un alcohólico tiene, por lo general, problemas para mantener su equilibrio familiar, la normalidad de sus relaciones sociales, su buen funcionamiento en un puesto de trabajo. El fumador, no. Porque el tabaco genera adicción y es fuente de múltiples enfermedades, pero no afecta al comportamiento ni lo convierte en errático o desintegrado. Y esto, que puede parecer una ventaja, es, en realidad, un serio inconveniente cuando se aborda la necesidad de erradicar el tabaquismo, ya que el fumador, al contrario que el alcohólico, no encara una situación desesperada que precisa de una solución urgente. Puede tomarse su tiempo, posponer su decisión de dejar el tabaco, y, de esta manera, pasan los días, los meses y los años, y los cigarrillos habrán hecho mella en su salud sin que haya sido capaz de abandonar la adicción.
P.- ¿Por qué el tabaco crea tanta adicción?
R.- En realidad es más una adicción psicológica que física, pese a que pueda parecer lo contrario. Es cierto que el tabaco contiene nicotina, y que se trata de una sustancia altamente adictiva. Sin embargo, mi experiencia profesional con fumadores me ha permitido comprobar que ese ‘mono’ físico que se deriva de la interrupción del suministro habitual de nicotina, se prolonga durante un espacio de tiempo relativamente breve que no va más allá de varias semanas. Si ese fuera todo el problema, muchos más fumadores lograrían su objetivo de superar la dependencia. Sin embargo, aun cuando un consumidor de tabaco consiga superar con éxito ese período de abstinencia, luego le queda por delante un largo tiempo de dependencia psicológica. Y esa es la gran dificultad, sin duda. Porque como equivocadamente el fumador relaciona el tabaco con bienestar, con tranquilidad, incluso como vínculo de sus relaciones sociales, le resulta muy duro prescindir de su consumo, en tanto que lo relaciona con hábitos y situaciones muy ancladas en su vida diaria.
P.- Pongamos algún ejemplo, doctor…
R.- Pues mire, una de las dificultades más habituales para un fumador es encontrar el momento idóneo para comenzar su período de abstinencia. Es precio que sea una época de su vida que se caracterice por una cierta tranquilidad, sin grandes cambios, con unas pautas de rutina muy consolidadas que no se vean fácilmente alteradas. Y, lógicamente, dentro del trasfondo caótico, estresante, tenso, que caracteriza las vidas de la mayor parte de las personas, es difícil hallar ese momento. Imaginemos el caso de un fumador que decide, de forma seria y sincera, desligarse de su hábito. Elige una fecha y comienza su fase de abstinencia. Va resistiendo durante algunos días, no sin tener siempre muy presente la tentación de la recaída. De pronto, el escenario vital que ese consumidor de tabaco había elegido cambia sustancialmente. En el trabajo aparecen problemas que no tenía previstos, o surgen desaveniencias con su pareja o su familia, o le llaman del banco para reclamarle una deuda, por poner ejemplos muy vinculados a la vida cotidiana. Pues bien, ¿qué harán en estos casos la mayor parte de los fumadores que llevan una, dos, tres semanas sin consumir tabaco, o incluso dos o tres meses? Seguramente acudirán al estando y comprarán un paquete de cigarrillos. O buscarán a un amigo fumador y le pedirán que les invite. Se dirán a sí mismos que su intención es recuperar el hábito solo provisionalmente, pero como ocurre siempre con las adicciones, se engañarán a sí mismos. En el momento en que den la primera calada tras un período de abstinencia, están irremisiblemente condenados a hacer resurgir su hábito.