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Islamismo sanitario

Dr. Fco. Javier Alarcón de Alcaraz
Médico-Forense Especialista en Medicina Legal.
@Alarconforense

Desde lo más terrorífico de nuestra columna no podemos olvidar que las cuatro primeras letras de las cinco de la palabra Islam nos identifican, que ahora que la tristeza de la realidad nos conduce a la crudeza del análisis sabemos que estos hijos de puta han venido para quedarse. Sean todos bienvenidos, nos gusta ser parte de su muerte.

Hace tiempo que los perros viven domesticados junto a nosotros y deberemos recordarlo para que en todo caso nos maten a todos juntos y con la sonrisa en la boca, que es como debe morirse. No dibujaremos viñetas porque no creemos en el aniconismo, ni dejaremos grabaciones de cómo abrimos la laringe de cualquier miembro de cualquier confesión religiosa, que desde aquí no hacemos distinciones. Nos dedicaremos a que Calafat (siempre lejos del Califato universal) simplemente inunde estas letras de bolardos, que ponga límites con las macetas de su vecina Pepi y que el resto lo ponga la fortuna. A ver si hasta aquí no llegan los parachoques de las furgonas.

Decidir sobre quién queremos ser en una guerra –víctimas, asesinos o televidentes- nos lleva primero hablar sobre la enfermedad de la muerte, sobre la enfermedad de la mente que asesina sin más motivo que matar por un Paraíso curiosamente inundado de musulmanes asesinados (68.000 de los 72.000 muertos entre el año 2000 y 2014). Hemos conocido desde estas páginas a muchos asesinos y a muchos fundamentalistas, pero hablar de la mente del asesino religioso es hablar de la mente del idiota que cree en un argumento absurdo para rellenar su vida de algún contenido, a falta de croquetas. Es entender que Dios es un problema que se cura matando, que Dios, definitivamente, sí que es un problema. Un problema lo suficientemente grande como para tener que matar por él.

A los que vivimos defunciones diarias sabemos que matar es tan fácil como morir, y que el problema de la muerte no es el gatillo ni la bomba sino el egoísmo que le imprimimos a no entender quiénes somos y –sobre todo- lo que somos. La muerte debería ser una fiesta de reencuentros con uno mismo y no un burdel de lágrimas desde la que enlutarnos perdiendo el brillo y des oliendo el perfume de la gente que nos quiso. La muerte debería estar ausente de todas las morales interesadas que buscan afanosamente a quien les represente, súbditos de la transacción entre lo incierto de lo prometido y ofrecer a cambio una forma de ser o de vivir. Vender la verdad no es mejor que vender la mentira.

Como aquí siempre hemos negado que la verdad esté aquí, en esta columna, negamos sucesivamente no ya que la verdad esté en algún lugar sino incluso que la verdad exista. ¿Eres tú el que quiere la verdad? ¿Prefieres la verdad o ser feliz? Esta no es una guerra por creer, es simplemente una guerra por pensar, por no pensar, por no poder pensar, por no tener la capacidad de poder hacerlo, es la destrucción o el amor. Los Dioses habían muerto hace tiempo. Hoy recordamos que fue de risa al oír decir a uno de ellos que él era el único Dios. Válgame.

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