“En general los niños suelen ser mejores pacientes que los adultos”

JOSÉ PILCO COPAJA. PEDIATRA

JOSÉ PILCO COPAJA. PEDIATRA

Natural de Tacna (Perú), José Pilco Copaja llegó a nuestro país a finales de los años cincuenta para cursar la carrera de Medicina y Cirugía en la Universidad de Salamanca, después de haber estudiado inicialmente en Tucumán (Argentina). Una vez licenciado ingresó en la Escuela Profesional de Pediatría y Puericultura de la Universidad de Sevilla, donde obtuvo uno de los primeros títulos de especialista en pediatría que entonces empezaban a concederse. En ese momento, como él mismo recuerda, “ya estaba casado y con dos hijos y necesitaba estabilidad económica, por lo que opté por ejercer como médico de cabecera en el hospital de la Macarena de la capital sevillana.” A continuación vinieron tres años residiendo en Málaga como médico de Atención Pública Domiciliaria (APD), seguido por un breve retorno a Perú, donde trabajó como como Pediatra y Profesor en la Escuela Universitaria de Enfermería (“pero mi esposa nunca se acostumbró del todo a la vida allí y tampoco mis hijos, nacidos en Salamanca y Sevilla, así que tuvimos que volver a España”.) Al regresar a nuestro país obtuvo primero la nacionalidad y a continuación accedió por oposición a una plaza de facultativo en Ciutadella (Menorca) que finalmente el azar cambió por Mallorca, concretamente por Palmanova. Allí José Pilco se instaló con su familia a principios de los años setenta y allí ha ejercido -como “pediatra de ambulatorio”, como le gusta decir a él- a lo largo de estas últimas cuatro décadas.

-La primera pregunta es de rigor: ¿por qué eligió pediatría?

-Allá en Perú tenía un familiar que era médico y siempre que lo visitaba, de chico, estaba atendiendo niños. Una vez le pregunté si no se encargaba también de atender a adultos y me respondió que el niño sólo llora, no puede explicar qué le ocurre, por eso es fundamental observar cómo se mueve, captar su mirada, interpretar sus gestos…y en eso influye mucho la propia intuición del médico y supone un reto mayor que en el caso de un adulto, que puede expresar por sí mismo cómo se encuentra, qué le angustia o cuáles son los síntomas que presenta. Por eso mi pariente entendía que la labor del pediatra era más estimulante, exigía algo más, y especialmente en aquellos años en los que el médico sólo podía contar con sus propios conocimientos, un instrumental mínimo (termómetro, estetoscopio, una cuchara, un tensiómetro), poca tecnología, mucho sentido común y poco más.

-¿Qué recuerda de aquellos primeros años de ejercicio de la pediatría?

-En especial recuerdo la poca organización estructural que había en el funcionamiento de los ambulatorios de entonces, no había una planificación propiamente dicha. Todavía recuerdo que al empezar a ejercer como pediatra en Palmanova me dieron dos talonarios de recetas y un sello de goma; además de inscribirme en turnos de guardia que duraban veinticuatro horas. Fue una suerte para mí que me llevara muy bien con los médicos de cabecera que entonces ejercían su labor en el municipio de Calvià e incluso con el propio alcalde, que hasta me cedió una dependencia de titularidad municipal para que albergara mi primera consulta. En general siempre daba la sensación de que íbamos de prestado y de que todo se hacía sobre la marcha, aunque eso fue cambiando progresivamente, a medida que la clase política se fue implicando cada vez más en la creación de una red asistencial pública eficaz y moderna como la que tenemos ahora.

-¿Cómo se enfrenta uno al dolor de un niño?

-Primero con miedo y después con mucha preocupación, por si no aciertas a la hora de detectar el problema, pero luego te vas acostumbrando, aunque la ansiedad no te abandona nunca cuando, por ejemplo, ves que el tratamiento que has prescrito no tiene los efectos positivos sobre el niño enfermo que tú habías previsto, sobre todo si tenemos en cuenta que en los niños la reacción del cuerpo ante el tratamientos suele ser más rápida que en adultos. Cuando eso ocurre notas que esa ansiedad no te deja tranquilo, estás preocupado, vas a visitar al enfermo varias veces al día, o te presentas en su casa a la hora de cenar, para que sus padres te digan cómo ha evolucionado a lo largo del día.

-¿Los padres son siempre unos aliados o a veces son un estorbo a la hora de tratar a un niño enfermo?

-Los padres primerizos, sobre todo, son muy ansiosos, muy temerosos de cualquier cosa que le suceda a su hijo, y ese estado de ánimo a veces no les permite colaborar demasiado con el médico cuando hay que atender a su hijo. Hay padres cuyo nerviosismo ante esta situación llega al límite y les lleva incluso hasta la intimidación física del médico, aunque eso es algo que afortunadamente yo no puedo decir que haya vivido en primera persona. Las madres, por el contrario, suelen mostrarse más enteras, demuestran más serenidad a la hora de hacer frente a la enfermedad de su hijo, hasta el punto que a veces me he encontrado con alguna madre que le ha dicho a su marido que la esperase fuera de la consulta mientras yo le explicaba a ella lo que le ocurría al niño.

-¿Son buenos pacientes los niños?

-Por lo general sí, a veces también son traviesos, pero no suelen tener conciencia de su enfermedad, aunque se sienten vulnerables por la situación que viven. Pero cando hablas con ellos y les explicas las cosas, entonces suelen mostrarse colaboradores; de hecho, como digo, los niños suelen ser mejores pacientes que los adultos.

-La pediatría ha dado un salto cualitativo en este último medio siglo….

– Sin duda, y además este salto adelante -al margen de los avances tecnológicos que han afectado a la medicina en general- también se ha registrado en lo que afecta a las subespecialidades pediátricas, en paralelo al aumento de los niveles de formación de los profesionales médicos y también al incremento del bienestar económico en el conjunto del país. Por todo ello podemos afirmar que la pediatría española goza hoy de un gran prestigio, sin duda a nivel europeo.

-¿Qué le ha impresionado más en su larga trayectoria como pediatra?

– Sin duda la absoluta falta de responsabilidad del padre de un niño enfermo grave, que tenía que ingresar de urgencia para intentar curarlo (estaba todo dispuesto en el hospital), y que por razones ideológicas y religiosas se opuso a que su hijo fuera hospitalizado y al final el niño murió. Eso es algo que no consigues olvidar. En sentido contrario, recuerdas con cariño la gratitud de los padres cuando su hijo se ha curado y el peligro ha pasado. Supongo que son dos caras de la misma moneda.

-¿Y qué echa de menos de su etapa en activo?

– Personalmente pienso que un médico siempre echa de menos trabajar, tratar con sus pacientes, aunque sea dedicando menos tiempo a esta tarea, porque la nuestra es una vocación que se lleva muy adentro. Además, yo soy una persona muy activa, y como yo creo que hay más de un colega de profesión que, pese a la jubilación, le hubiese gustado no tener que desvincularse del todo de su actividad médica.

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