Despellejadores grupales: no se cansan nunca

Miguel Lázaro Ferreruela

Miguel Lázaro Ferreruela
Psiquiatra HUSE
Coordinador del Centro de Atención Integral de la Depresión.

Nada de lo humano es digno de vergüenza y estamos preparados para soportar muchas cosas, pero la soledad psicológica es el peor tormento, por encima del dolor y de la muerte. Todos nos sostenemos en una red de comunicaciones e interacciones, y sin ellas, el vacío resulta insoportable. En las organizaciones siempre hay ruido que puede ser estructurado y entonces es positivo o bien no llega a integrarse en el sistema y convertirse en negativo. En las crisis grupales, la clave es que cese el ruido y se convierta en información. Un grupo es fiable si tiene capacidad para defenderse de los ruidos y consigue que los daños colaterales sean mínimos. Un grupo es redundante si repite compulsivamente antiguas pautas. Una crisis de auto organización lleva consigo oscilaciones en la estructura: entre el orden y el desorden, aumenta la complejidad, la amenaza de destrucción pero también la posibilidad de metamorfosis, de reorganización y de integrar la diversidad desde un proceso de apertura y cambio. La envidia opera sobre el vínculo y la red interaccional, lo ataca destructivamente. Su efecto determinante es la ruptura de vínculos. Supone una quiebra en la confianza, en la aportación y de forma simultanea un vaciamiento doloroso.En todos los grupos existen fuerzas o individuos anti-grupo que minan la cohesión y favorecen la confrontación y el conflicto. Su objetivo es la escisión grupal.

Violan las normas del grupo y establecen códigos comunicativos y conductuales que contaminan de ruido la información. Son altamente tóxicos. Se mueven por sus intereses personales y por la gratificación inmediata de sus necesidades. Perjudican gravemente al grupo y denigran el esfuerzo que realizan los demás miembros del grupo. Si no son detectados a tiempo sabotean al grupo. Sutilmente devalúan las contribuciones de los demás integrantes. Si además logran formar alianzas con algún otro miembro del grupo paralizan la tarea y establecen el cáncer grupal: la conspiración del silencio. Establecen interacciones interpersonales negativas, desaíran a otros compañeros, realizan comentarios despreciativos y si se les deja o tienen poder se “cargan al grupo”. Son muy expertos en la hostilidad indirecta pero en ocasiones: cuando se les frustra, reaccionan con gran irritabilidad, se descontrolan, personalizan y se comportan con una expresividad afectiva primitiva y caótica que resulta abrumadora y que sorprende, desconcierta y daña a los restantes miembros. Son un conflicto con patas. Son los que hablan mal de los demás, por detrás. Son despellajadores del prójimo. Son una factoría del rumor, del calumnia que algo queda. Son expertos en el trato indigno hacia los demás. Por donde pasan dejan huella. ¿Qué les mueve?: “los gigantes y cabezudos del alma”: la envidia, la rivalidad, los celos y el miedo. Su sentimiento de inferioridad les atrapa. A veces en grupos con una sana y poderosa matriz grupal logran cambiar y realizan procesos de aprendizaje interpersonal que les hace madurar. Ahora bien cuánto desgastan y cuanta energía hay que gastar con ellos .Muchas veces no queda otro remedio que la exclusión como única forma de acabar con los conflictos grupales. Aveces la terapia es necesariamente la resección quirúrgica. Los intereses generales del grupo son prioritarios sobre los individuales y esa debe de ser nuestra elección ya que son el principal topo grupal y a veces son utilizados como caballo de Troya por otras organizaciones que así logran dividir y fragmentar la cohesión grupal. Resultado: bajo rendimiento y productividad en la tarea grupal y progresivo debilitamiento del grupo. Estos individuos manifiestan su caracteropatÍa y su bagaje emocional cuando pierden sus privilegios (injustamente ganados la mayor parte de las veces) y arremeten contra el grupo que ha dado muestras de una gran generosidad hacia ellos. Se despiden desde la rabia y el rencor. Suelen decir “Son una mierda, me voy porque no me dejan hacer nada, ellos no hacen nada etc.”. Su toxicidad social no tiene límites. El agradecimiento debido lo trasforman en rabia y resentimiento. Nunca reconocen que sus actos y su conducta son quienes le definen y les “condenan”, siempre proyectan sobre los demás el fracaso vital que ellos mismos construyen. Siempre hay algún enemigo que les odia. Son paranoicos con patas y además no se curan. Un grupo sano es aquel en el que se fomenta la deliberación, de la cual se sigue la toma de decisiones, que siempre deben de ser prudentes. La deliberación se basa en la argumentación y en las razones razonadas. Quítame la razón pero dame razones. Ya no estamos en la época de los actos de fe. Ya no impera la deslocalización de las decisiones. Cada contexto marca de forma determinante las decisiones. La prudencia es hacer lo correcto en el momento oportuno. Ir contracorriente no es lo usual, muchos callan, por conveniencia, por miedo, por comodidad y por no desairar.Admiten pulpo como animal de compañía. Lo que no se atreven a decir a la cara, lo dicen recurrentemente por detrás. Son quejorreÍcos crónicos que pierden las oportunidades que les da la vida para sentirse mejor con ellos mismos y aumentar su autoestima. No hay muestra de mayor respeto a los demás que manifestarles a la cara lo que pensamos. Como decía mi abuelo “más vale una vez rojo que cien colorado”. Rescatemos a Perls (padre de la gestalt) “yo no he venido a esta vida a cumplir tus expectativas, ni tu tampoco has nacido para cumplir las mías. Si nos va bien ir junto genial, sino, cada uno por nuestro camino y que el azar te sea propicio”. Siempre hay que recordar que la tolerancia es la armonía en la diferencia. Ah y recuerden: aquí y ahora que ni estamos en derrota y muchísimo menos en doma.

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